Eucaristía Morir de Esperanza reaviva el compromiso de construir el futuro junto a migrantes y refugiados
En momentos en que el Papa Francisco nos invita a construir el futuro junto a las personas migrantes y refugiadas, recordamos a los 4.768 hermanos que han perdido la vida en peligrosas travesías de esperanza en el Mediterráneo, en el Atlántico y en las diferentes rutas migratorias desde septiembre de 2021 hasta la fecha. Asimismo, recordamos a los 62.392 muertos y desaparecidos que tenían la esperanza de encontrar ese futuro junto a nosotros, pero que en lugar de acogida encontraron la muerte desde 1990 hasta hoy.
No son una estadística. Son vidas, nombres propios e historias desgarradoras como la de Loujin, la niña siria de 4 años que murió en una embarcación en el Mediterráneo y cuyas últimas palabras antes de morir después de diez días de naufragio fueron “mamá tengo sed”. Refugiados que no encontraron refugio como el egipcio Guerguís, o los sudaneses Abdú Román, Ayud ahogados junto a otras 70 personas en aguas de Libia y Malta, pero también aquellos que han fallecido en la ruta canaria, en el mar de Alborán, en el Canal de la Mancha, en las fronteras del Este de Europa o en el desierto de Níger.
Sus muertes nos recuerdan que “o estamos juntos o no habrá futuro para ninguno”, afirmó Tíscar Espigares, responsable de la Comunidad de Sant’Egidio al inicio de la Eucaristía “Morir de Esperanza” realizada este domingo en la Catedral de la Almudena, coincidiendo con la 108ª Jornada Mundial del Migrante y Refugiado.
“No podemos mirar para otro lado, no podemos permanecer en esta indiferencia que el Papa Francisco define como un virus que paraliza, subrayó Espigares.
Que esta Eucaristía nos ayude a trabajar por ‘más nosotros’, más humanidad, más casa común sin exclusión de ninguno”.
Uno a uno se conocieron nombres e historias en las cuales la indiferencia y una mentalidad de “muros” condenaron a muerte a tantos buscadores de futuro como Denis, Jony, José Antonio, Juan Jesús, Miriam y Pascual de apenas 13 años, que viajaban con otros 53 centroamericanos y mexicanos asfixiados dentro del camión en el que querían llegar a Estados Unidos.
La liturgia estuvo presidida por el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, junto al obispo auxiliar de Madrid monseñor José Cobo y el delegado episcopal de Movilidad Humana, Rufino García, entre otros sacerdotes. En su homilía, el cardenal Osoro destacó que la acogida de migrantes y refugiados en nuestras sociedades representa «una oportunidad para crecer en humanidad y agrandar nuestro corazón. «Los que llegan dinamizan, revitalizan, animan nuestras vidas».
Compartir con ellos la vida nos invita a vivir realmente la catolicidad de este pueblo de Dios al que pertenecemos y que camina en nuestra ciudad».
Un año más, el coro de la Asociación Karibu puso música a este recuerdo con cantos africanos que reflejan la vitalidad y energía de este sufrido continente, de donde proceden gran cantidad de los migrantes, desplazados y refugiados que huyen de la guerra y la miseria.
Desde hace más de dos décadas, la Comunidad de Sant’Egidio celebra en diferentes ciudades europeas la Eucaristía Morir de Esperanza como una manera de promover una cultura de acogida, solidaridad e integración en nuestras ciudades. Queremos que la memoria y la conciencia sobre el drama de la migración fortalezca el compromiso para dar soluciones concretas, como los corredores humanitarios que han logrado traer a Europa de forma segura a más de 7 mil refugiados.
Junto a la Comunidad de Sant’Egidio, la Archidiócesis de Madrid convocó a esta celebración a través de la Delegación Diocesana de Migraciones y la Mesa de la Hospitalidad.