Historia de Maurice, de la calle a la casa de acogida de Sant’Egidio
La semana pasada hablamos de Sant’Egidio en Ruanda y de la casa de acogida que la Comunidad tiene en Butare para niños que habían vivido en la calle. Unos veinte menores, con la ayuda de las adopciones a distancia, han encontrado allí un lugar seguro que ha significado para ellos calor humano y oportunidades de futuro. Gracias al cariño de los miembros de la Comunidad se ha reconstruido alrededor de los niños que habían tenido una infancia y una adolescencia dificilísima una familia que tiene esperanza y sueña en su futuro.
Os explicamos ahora una historia que ejemplifica el camino que siguen todos. Es la historia de Maurice G..
Maurice nació en 1992 en una provincia del sur del país. Durante el genocidio de 1994 su familia (el padre, la madre y cinco hijos) se refugió en el sur del Kivu. Pero el caos de la huida y la enorme muchedumbre hicieron que los familiares perdieran el contacto con Maurice, que por aquel entonces tenía apenas dos años. Es casi un milagro que sobreviviera arreglándoselas como podía. Volvió a Ruanda con un grupo de niños que estaban en su misma situación, con siete años, tras una breve estancia en casa de una pariente. Entonces Maurice vaga por varias ciudades del país: Nyanza, Gitarama, Kigali, Butare… como un niño de la calle, siempre buscando la manera de sobrevivir, siempre expulsado de todas partes. Y mientras vive en la calle recibe una noticia terrible: durante un enfrentamiento en el campo de refugiados de Kivu su padre asesinó a su madre. Maurice todavía sufre enormemente cuando explica cómo recibió la noticia.
Los jóvenes de la Comunidad de Sant’Egidio de Butare lo encontraron por la calle poco después. Superaron la inicial desconfianza y rompieron la máscara de dureza que la fragilidad de aquel niño sin familia. Entonces empezó la amistad. Maurice empezó a ir a la Escuela de la Paz y se unió a nuevos hermanos mayores.
En 2005, mientras el Gobierno ruandés inauguraba una política más dura con los niños de la calle, que incluía su ingreso forzoso en centros públicos, Sant’Egidio pensó en responder a sus necesidades proporcionando un ambiente más humano, en un contexto más familiar. Así nace la casa de acogida de Sant’Egidio de Butare, y Maurice es uno de los primeros huéspedes.
Gracias a aquella casa su vada cambia radicalmente. No solo porque a partir de entonces tuvo de comer cada día y pudo vestirse bien, ir regularmente a la escuela y estar inscrito en el registro civil, sino también porque, al vivir con los amigos de la Comunidad y con niños de su edad de manera nueva y no conflictiva, Maurice aprendió a dar el justo valor al contacto con los demás, a las relaciones humanas. Incluso le ayudaron a ir en búsqueda de sus padres por el país, a recomponer los vínculos con ellos, a ir a verles en verano.
Hoy Maurice es un niño que mira al futuro con confianza, que tiene pequeñas y grandes ambiciones, que sueña en hacer su aportación al crecimiento de su país. Y da las gracias a Sant’Egidio que para él ha sido un lugar de salvación del naufragio, del abandono y de la marginación.