Hace varias semanas que no deja de llover incesantemente en Centroamérica. En el pequeño El Salvador, la cantidad de agua supera el nivel ya impresionante de los anteriores desastres que había afectado el país, como el huracán Mitch de 1999.
Los ríos se desbordan, las casas de algunas zonas pobres, construidas sin cimientos a orillas de los ríos, no resisten. La gente las abandona para refugiarse en lugares seguros: escuelas, centros municipales e iglesias. Se calcula que se han visto afectadas más de 150.000 personas y que hay unos 32.000 refugiados. El recuento de muertos, entre los que hay algunos niños, por desgracia aumenta cada hora. El Gobierno ha declarado el estado de calamidad nacional, y se espera que las lluvias cesen pronto.
En medio del desastre se ha despertado un espíritu de solidaridad. La Comunidad de Sant’Egidio de El Salvador ha recogido alimentos, ropa y sobre todo agua potable en los supermercados y en las parroquias, para llevar comida y alivio a 5 centros de acogida para desplazados.
La localidad de Ateos, al oeste del país, quedó aislada durante 3 días, porque el río derribó el puente, acceso principal al municipio. Mas de 600 personas –muchas de las cuales son niños– fueron acogidas en locales parroquiales y municipales. Allí reciben, en estos días de emergencia, una comida caliente preparada por un grupo de jóvenes estudiantes, que cocinan los alimentos recogidos por la Comunidad de Sant’Egidio y otras asociaciones.
En Guadalupe la Zorra, donde muchos de los niños reciben la ayuda del programa deadopciones a distancia de la Comunidad de Sant’Egidio, en uno de los refugios improvisados, ayudan a unas 300 personas, cuyas casas quedaron inundadas, y que perdieron sus pobres pertenencias.
En el barrio de la primera Escuela de la Paz de la Comunidad, el
Bambular, muchas familias, que viven en las laderas de un barranco, corren el riesgo de sufrir inundaciones y por su seguridad se han refugiado en los locales de la escuela. Pero no les falta la compañía de la Comunidad y la comida, cada día. Se han organizado: las madres cocinan por turnos para todos la comida que les proporciona Sant’Egidio: un signo de la solidaridad que ha crecido en estos años de amistad, incluso en medio del dolor.
En San Martín, barrio en el que la violencia de las maras no ofrece tregua, las paredes de tierra y barro amenazan con caer sobre las casas. Nos conocimos durante la emergencia del huracán Ida y la amistad se ha reforzado sobre todo porque las familias tienen la certeza de que la Comunidad de Sant’Egidio es un punto de referencia seguro en el que pueden depositar su confianza.
En
Santo Tomás, en la periferia de San Salvador, la situación de confusión no permite organizar las ayudas, pero la Comunidad ha llevado comida, amistad y alegría con juegos y fiestas para cientos de niños, que en estas situaciones de dificultad son los que más sufren. En El Salvador el nombre de Sant’Egidio es el de una paz posible en medio de la tormenta, de la certeza de tener amigos que, en momentos tan dramáticos, dan esperanza y amor.