«La misa no ha terminado»: Artículo de Andrea Riccardi
Avvenire, 27 de julio de 2016
Terrorismo y fe: la misa no ha terminado.
Andrea Riccardi
Una iglesia profanada por la violencia; un sacerdote asesinado mientras celebraba la Misa; fieles y religiosos atacados…Lo hemos visto en todo el mundo, ya lo habían visto en Francia cuando el hermano Roger fue asesinado a puñaladas durante la oración de vísperas en Taizé. Nunca hubiéramos deseado verlo de nuevo, aquí en Europa. Pero ha sucedido. Es un gesto que revela la inhumanidad de los terroristas y su absoluta falta de sentido de religioso, que sin embargo habita en muchos musulmanes que respetan a «los hombres de Dios» y la oración. Jóvenes enloquecidos, enjaulados en la lógica totalitaria del odio y de la propaganda del Daesh, han llevado a cabo este acto cruento, odiosa exhibición de violencia brutal. Expresión de una voluntad primordial de aterrorizar a la sociedad francesa y precipitarla en decisiones impulsivas. Sabiamente, el Presidente de los obispos franceses, Monseñor Pontier, ha declarado que es necesario no caer en el miedo. Sabiamente los obispos italianos han recordado inmediatamente que no se puede caer en «la lógica de la cerrazón o de la venganza.»
¿Por qué un ataque a una iglesia? Se trata de una de esas parroquias de la Francia rural y periférica: una iglesia que ha conocido los avatares seculares del catolicismo normando. Hoy la atienden un sacerdote congoleño ayudado por un sacerdote francés de ochenta y cuatro años, Jacques Hamel, asesinado en el altar mientras celebraba. Faltan sacerdotes en Francia, pero no se trata de una iglesia muerta o agonizante. De hecho, se mantiene con valentía y vive su misión con la ayuda de laicos y monjas. También con la dedicación de un sacerdote anciano que había celebrado cincuenta años de sacerdocio en 2008 y que había continuado. Estos son nuestros sacerdotes: gente que vive toda la vida como servicio, no bien pagados, a veces solos, pero imbuidos de un espíritu de servicio. Hoy se debe mostrar respeto por la Iglesia de Francia que, aunque atraviesa muchas dificultades, tiene abiertas las iglesias, predica y celebra con gran dignidad y comunicabilidad evangélica.
¿Por qué una iglesia? – es la pregunta que vuelve. Es un símbolo cristiano. Y hoy la iglesia de Saint Etienne lo es aún más, bañada con la sangre de los mártires. Lo es por esa misa interrumpida por la violencia. Con gran claridad, la Iglesia de Francia y la Iglesia universal – desde Juan Pablo II a Francisco – no han reconocido nunca la existencia de una guerra religiosa entre el Occidente (cristiano) y el islam. En enero de 2002, después de los atentados del 11 de septiembre, el Papa Wojtyla llamó a los líderes religiosos a orar por la paz en Asís. Antes quiso un día de ayuno de los católicos coincidiendo con el final del Ramadán. La Iglesia no baja al terreno de los populistas contra el islam. Ayer la golpearon los que están inmersos en el odio de la guerra santa, para arrastrarla al enfrentamiento y sacarla de su actitud sabia y maternal. El Padre Jacques había escrito en su blog parroquial sobre las vacaciones: «un tiempo para ser respetuosos con los demás, sean quien sean». Y pidió: «Orad por aquellos que más lo necesitan, por la paz, para vivir mejor juntos…”. Este es el sentimiento profundo de la Iglesia que, con su tejido humano, favorece el encuentro, penetra en ambientes difíciles, ayuda quien está mal: vivir junto a los demás en paz. La Iglesia es el espacio de lo gratuito y de lo humano en una sociedad competitiva donde todo tiene un precio. Sobre todo es un espacio abierto.
La puerta abierta de nuestras iglesias -esas a través de las cuales entraron los asesinos de padre Hamel – contrasta con la multiplicación de cierres, cancelas, muros, fruto del miedo. Allí, en la iglesia, entran todos: los pobres, los necesitados, los que buscan un sentido, los que piden una palabra o un gesto de amistad. En esa iglesia, como en muchas otras de Francia y Europa, se esconde el secreto de un mundo que no cree en los muros y no cede a la violencia. Es una parte del continente que, quizás, molesta más a los violentos. Una parte con apariencia débil (como el viejo sacerdote), pero muy fuerte: «Jesús ha venido para hacerse vulnerable,» dijo el Padre Jacques la última Navidad.
Después de su asesinato le ha hecho eco Mons. Pontier: «Sólo la fraternidad, tan querida por nuestro País, es el camino que lleva a una paz duradera. Construyámosla juntos». Estos gestos de muerte llaman a los cristianos a una renovada misión en medio de tanta violencia en Europa. Hay que tener el sueño de pacificar la sociedad: integrar a muchos que se han quedado al margen, hostiles, inquietos y ajenos a un sentido de destino común. Es una misión evangelizadora y pacificadora. No sólo palabras ocasionales, sino una exigencia profunda de este tiempo, que se convierte en vocación para la Iglesia. Hay que continuar, en medio de la gente, la misa del Padre Jacques interrumpida por la violencia.