«La oración es la humilde arma de los creyentes que puede cambiar el corazón y la historia»
Homilía de monseñor Ambrogio Spreafico en la oración de la Comunidad de
Sant’Egidio por Siria, por los obispos secuestrados y por todas las
víctimas del conflicto.
El viernes 14 de junio, la Comunidad de Sant’Egidio, junto con un gran
número de amigos, se reunió en oración en la basílica de Santa Maria in
Trastevere para rezar por la paz en Siria y por la liberación de los
obispos de Alepo, Mar Gregorios Ibrahim y Paul Yazigi, del periodista
italiano Domenico Quirico, de los sacerdotes sirios Michel Kayyal y Maher
Mahfuz y de todos los secuestrados y las víctimas del conflicto que asola
Siria.
Presidió la oración monseñor Ambrogio Spreafico, obispo de
Frosinone-Ferentino-Veroli. Reproducimos a continuación su predicación
sobre la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10,25-37).
Queridos hermanos y queridas hermanas,
al inicio de su pasión, Jesús dijo a los discípulos que «velaran y oraran»
en el momento del dolor. Ese es el sentido que tiene nuestra oración de
esta tarde para que se afiance la paz en Siria. Sí, la palabra de Dios nos
despierta del sueño de la costumbre y de la indiferencia, que aleja y
esconde el dolor, que lo olvida, y nos ayuda a dar una respuesta en primer
lugar en la oración. La oración es la humilde arma de los creyentes que
puede cambiar el corazón y la historia. En la oración, los que están lejos
y son ajenos a nosotros están cerca, es como si estuvieran aquí con
nosotros. Hoy pensamos sobre todo en nuestros queridos amigos, por los que
rezamos cada tarde y hoy de manera especial, los obispos de Alepo Mar
Gregorios y Paul Yazigi, secuestrados desde hace casi dos meses y de los
que no hay noticias. Y junto con ellos queremos confiar al Señor el
periodista Domenico Quirico y el padre Michel Kayyal, sacerdote armenio
católico, y el padre Maher Mahfuz, sacerdote greco-ortodoxo, también
secuestrados desde el mes de febrero. Le pedimos en la oración a Jesús,
buen samaritano de la humanidad, cuyo evangelio acabamos de escuchar, que
se pare a su lado y les devuelva pronto la paz y la libertad, del mismo
modo que la invocamos para Siria, país al que tanto amamos.
En la parábola del buen samaritano, queridos hermanos, repasamos cada vez
la historia de la humanidad herida. Hay un hombre medio muerto a un lado
del camino, hay millones de refugiados de una guerra que dura desde hace
más de dos años, más de noventa mil muertos, incontable dolor y
sufrimiento, pero el mundo parece que da un rodeo ante todo esto, como
hicieron aquel sacerdote y aquel levita de la parábola. Ven a aquel
hombre. Las imágenes trágicas de Siria no son totalmente desconocidas para
nuestro mundo, aunque por desgracia muchas veces las guerras no son
noticia y se habla cada vez menos de ellas, porque todos pensamos solo en
nosotros mismos y en nuestros problemas. Muchas veces las vemos, pero no
nos paramos, damos un rodeo. Además, ¿qué habría que pedir de más a
nuestro mundo rico, que vive un momento de crisis difícil? ¿Qué queréis de
mí, que ya me sacrifico por los demás? Y así, el mundo se queda mirando,
impotente. También los dos de la parábola que no se pararon tenían cosas
importantes que hacer: iban al templo a ofrecer sacrificios al Señor.
Pero luego llegó un samaritano, un extraño, o incluso un potencial enemigo
de aquel hombre herido. También él lo vio, pero no dio un rodeo, «tuvo
compasión» y se acercó a él, vendó sus heridas y se ocupó de él. Sin duda
ver ya sería algo en un mundo dominado por la indiferencia, pero no basta.
Solo la compasión detiene la prisa, interrumpe el dominio del yo y del
hacer. La compasión es un sentimiento único de Jesús en los evangelios. Es
la actitud de la madre con sus hijos, actitud única, que hace que uno se
ocupe de otro más que de sí mismo, que hace que uno viva para otro,
considerándolo como su propio hijo. Señor, enséñanos la compasión para que
podamos pararnos y ocuparnos del dolor y de las heridas de los demás.
Señor, inunda el mundo con tu compasión, para que todos se paren al menos
un poco y aprendan a no apartar la mirada y el corazón del gran
sufrimiento de millones de hombres en Siria y en otras partes del mundo.
Parémonos como esta tarde en la oración. Acordémonos de quien sufre por la
guerra, recordémoslos al Señor. Sé que cada tarde en todas las Comunidades
de Sant’Egidio del mundo desde hace casi dos meses se recuerda a los
obispos secuestrados. ¡Es importante! Esta oración, como la que hacen
muchos más, llega al corazón y al alma de quien está secuestrado como un
consuelo y sube al Señor como una petición de liberación.
El Samaritano, tras haber curado sus heridas, llevó a aquel hombre a una
posada para que pudiera recuperarse. Queridos hermanos, que la Iglesia,
que nuestra comunidad, que nuestras comunidades, sean como aquella posada,
lugares donde curar las heridas de los pobres, de quien sufre, de los
hombres y las mujeres que sufren por la guerra. En la oración nacen
energías de paz y de reconciliación: es la historia de esta Comunidad.
¡Que sea así también para Siria!
¡Envía, Señor, tu paz a Siria!
¡Libra, Señor, a quien está secuestrado y consuela a los que sufren!
Ambrogio Spreafico