«La solidaridad en la agenda de todos» (Marco Impagliazzo)
Los objetivos del desarrollo sostenible
La Solidaridad en la agenda de todos
Marco Impagliazzo
El mundo tiene una nueva agenda de desarrollo global, se llamará “Objetivos de Desarrollo Sostenible” y será ratificada el próximo septiembre por la Asamblea de Jefes de Estado y de Gobierno de la ONU. Se trata de una Agenda más amplia que la de los ocho Objetivos del Milenio, válida para los próximos quince años y construida alrededor de diecisiete grandes objetivos que apuntan a acabar con la pobreza, promover el bienestar de los ciudadanos y proteger el medio ambiente. El texto habla de una «visión muy ambiciosa y transformadora». Son palabras importantes y comprometedoras en un tiempo como el nuestro, marcado por la ausencia de visión de futuro. Ban Ki-moon la ha definido “la agenda de la gente».
La esperanza es una política que parta de las necesidades de la gente y que sepa ser realmente eficaz. Por esto la Agenda es una gran noticia que pone el objetivo en un nuevo mundo posible. De ella emerge la conciencia de que no sólo el desarrollo, sino también la paz y la seguridad, están estrechamente vinculados a la lucha contra la pobreza, especialmente la extrema. El objetivo 3 indica la necesidad de garantizar la salud y el bienestar en todas las etapas de la vida. Muy significativo es el objetivo de fomentar una protección eficaz y generalizada de los derechos de las mujeres. ¡A cuántas niñas aún se les niega el derecho a ir a la escuela, sufren violencia, mutilación genital y discriminación!
La palabra que subyace a esta nueva agenda global es «solidaridad». Una palabra muy querida para el Papa Francisco, que se ha convertido -gracias también a su compromiso- en una clave de nuestro tiempo. Palabra e idea poderosa en el último siglo, que movió inteligencias, impulsó movimientos colectivos, edificó sistemas de redistribución de la renta según criterios de equidad, y que ha producido un bienestar que se ha difundido por muchas partes del mundo. Ha sido también la fuerza impulsora de la creación de un Estado “provisor”, es decir, que no olvida a nadie. Ha sido el combustible para la afirmación de muchos derechos civiles. Ha contribuido a dar dignidad al trabajo. En una palabra, ha cambiado el curso de la historia. La Europa de las cenizas de la guerra ha renacido también gracias a la solidaridad. Y además fue la solidaridad -recordemos los acontecimientos de Polonia- la que logró encender la mecha de la gran revolución pacífica que acabó con los regímenes comunistas del Este, reconstruyendo las bases de la unidad política y espiritual del continente.
Luego algo cambió. Tony Judt, historiador muy atento a los cambios de la sensibilidad común, lo señaló: ya no existe el interés de todos, sino las necesidades y los derechos de cada uno, junto al declive del sentido de destino compartido. ¿No es eso lo que ha sucedido en estos años? El sentido de destino compartido parece haberse eclipsado. ‘Sálvate a ti mismo’, es el mensaje que más se ha extendido y practicado. Raoul Follereau decía que «nadie tiene derecho a ser feliz solo.» Y Zygmunt Bauman afirma que «casi nadie cree ya que cambiar la vida de los demás tenga alguna utilidad para la vida propia.» Es la muerte del “nosotros”.
Por esto tiene razón el Papa Francisco cuando dice que la crisis económica que ha atravesado el mundo estos últimos años (y que parece no terminar nunca) es ante todo una crisis del hombre. Hay un pasaje muy clarificador en la Evangelii Gaudium: «Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobras»».
Ahora la Agenda del Desarrollo Sostenible vuelve a centrar la historia en esos horizontes humanos, geográficos o culturales, que por desgracia se volvieron invisibles: hace de la solidaridad la opción más sabia para no condenarse a la autodestrucción. Hay una gran coincidencia entre los nuevos objetivos de desarrollo sostenible y la visión global del Papa Francisco. Son el cuidado de la casa común, la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral (vuélvase a leer la Laudato si), y la solidaridad como espacio humano dentro del cual vuelve a ser posible reconocerse como hermanos. Desde la ONU, instancia que representa a los pueblos de la tierra, se percibe el sentido de un cambio. El ‘cambio de ruta’ se nos confía a todos.
(Traducción del artículo publicado en Avvenire el 4/8/2015)