Ruanda, a 20 años de las masacres. Construyamos una cultura de la convivencia para que no se repita jamás nada similar

ARTICULO DE ANDREA RICCARDI EN FAMILIA CRISTIANA

Han pasado veinte años del genocidio de Ruanda. El 6 de abril de 1994 fue abatido el avión del presidente Habyarimana por parte de los extremistas hutus. Era el inicio de la masacre que duró hasta mediados de julio del mismo año. Cien terribles días: más de un millón de víctimas, mayoritariamente tutsis, sobre una población de poco más de siete millones. Fue el genocidio de los tutsis. Querían erradicarlos y destruirlos.
Aquellos días la Radio Mil Colinas y otras emisoras privadas martilleaban la población con mensajes de muerte e instrucciones a los Interahamwe, los escuadrones asesinos. ¡Había que matar! ¡Rápido! Las tropas ruandesas apoyaron aquella masacre sistemática. Fue una embriaguez colectiva de odio asesino.
Los hutus, que habían vivido normalmente con buenas relaciones con las familias tutsis, de repente arremetían contra sus vecinos de distinta etnia y los asesinaban. Los niños hutus y tutsis habían jugado juntos hasta aquel momento. Y entonces se abrió un abismo. Personas normales se transformaron en asesinos, espoleados por una propaganda loca. Los hutus estaban convencidos de que había que eliminar a los tutsis para que estos no les eliminaran a ellos. Era una convicción insensata, que costó la vida a cientos de miles de personas y duró cien días de terror.

Una fe desmentida por los hechos. Aquel genocidio tuvo lugar en el corazón de África, en un país muy católico (lo es aproximadamente el 80 por ciento de los ciudadanos). Mientras tanto, en Roma se celebraba el sínodo de obispos africanos sobre la evangelización: aquel genocidio desmintió el catolicismo del país. Juan Pablo II denunció, imploró, pero fue en vano. Hutus y tutsis son católicos. Y no se diferencian en nada, ni siquiera en la lengua. Un hutu (asesino) explicó: «Una vez encontramos a un grupo de tutsis entre los papiros. Esperaban los machetazos rezando… nos reíamos de la bondad del Señor, bromeábamos sobre el paraíso que les esperaba».

Visité el Kigali Memorial Centre: vi los ataúdes de los asesinados junto a las imágenes de tanto horror. Se pueden leer los nombres de los niños tutsis asesinados, con noticias sobre sus juegos y sus gustos. Sobrevivieron 400.000 huérfanos. Enteras familias fueron destruidas. La victoria de Kagame puso freno al genocidio y encaminó al país hacia la estabilidad. Todavía se pueden ver graves heridas.
El 6 de abril no es solo un día de recuerdo oficial, sino un día de profundo duelo nacional, que transmite una pregunta: ¿puede volver a pasar? La historia a veces está llena de amargas sorpresas. Hay que prevenirlas, construyendo una verdadera sociedad de la convivencia. No solo en Ruanda, sino en todas partes.

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