Se necesita mano de obra: ¿por qué integrar a los migrantes? Análisis de Andrea Riccardi

El fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, Andrea Riccardi explica en este artículo las oportunidades y razones económicas, éticas y humanas para impulsar la integración de los migrantes en Italia, país que, como España, tiene una población envejecida, despoblación en áreas rurales y dificultades para cubrir determinados puestos de trabajo. Reproducimos a continuación una traducción de su artículo originalmente publicado en italiano en el Blog de Andrea Riccardi.


Hace setenta años, Pío XII ordenó que los curas obreros dejaran de trabajar en las fábricas, porque había un contraste entre el sacerdocio y la condición de los trabajadores. No habían pasado 10 años desde el inicio de la experiencia, nacida de un libro de los padres Godin y Daniel, Francia, «Tierra de misión» (1943), que mostraba el alejamiento de la Iglesia del proletariado.

Este fue el punto de partida de los curas obreros franceses, que compartían la vida en los suburbios y el trabajo. No capellanes obreros, sino trabajadores entre los trabajadores. El arzobispo de París, el cardenal Suhard, resumió así la misión: «Debemos salir de nuestras casas, ir a sus casas«. Estos sacerdotes ya no se vestían de curas ni vivían en parroquias, sino que se situaban en el centro de un choque de época: entre el movimiento social-comunista, que había recogido en gran parte el anhelo de emancipación del proletariado, y los que se oponían a él en el clima de la Guerra Fría. En 1949, la Santa Sede había excomulgado a los comunistas.

El novelista francés Gilbert Cesbron publicó en 1954, año de la condena de los curas obreros, una hermosa novela sobre ellos que a su vez fu un gran éxito editorial bajo el título «Los santos van al infierno». El protagonista, el padre Peter, describe así su identificación con el mundo obrero cuando habla con el obispo: «Mire, Monseñor, me he vuelto todo manos…». Son cuestiones lejanas. Los grandes y dramáticos problemas del mundo obrero permanecen hoy, manifestados también por la reciente tragedia de la central de Suviana.

Ahora Italia, demográficamente envejecida, tiene una gran demanda de trabajadores, a la que los italianos no pueden responder solos. La Iglesia, ante los inmigrantes, siempre ha enseñado a tener una mirada humana y positiva, pero también a ver en su llegada una oportunidad de crecimiento para Italia. Algunos dicen que la Iglesia «vende» los países cristianos a los extranjeros. Ya en 1952, Pío XII, en «La familia desterrada«, escribió sobre los emigrantes con sorprendentes analogías con el Papa Francisco.

Un reciente acuerdo sobre la apertura de «corredores laborales», firmado entre la Comunidad de Sant’Egidio y los Ministerios de Asuntos Exteriores, Interior y Trabajo, responde a la necesidad de mano de obra, formada en los países de origen, para entrar en Italia de forma segura y legal.

Sigue el modelo de los «corredores humanitarios» para personas vulnerables, que ha traído a Italia a 7.000 personas, acogidas y atendidas, ahora integradas en el trabajo y la sociedad. En Italia, que tiene un espíritu emprendedor, hay hambre de trabajadores. Su presencia es una condición indispensable para el crecimiento. Los que vienen de fuera de Italia y esperan venir aquí a trabajar no son una amenaza, sino un recurso valioso, sobre todo si se les acompaña en un proceso de integración, enseñanza del idioma e inserción.

No se trata sólo de un discurso humanitario, destinado a acogerles, sino que representa una necesidad real para el sistema productivo y el futuro demográfico. Es significativo que esta necesidad corresponda también al deseo de una vida mejor de tantas personas del Sur.

De hecho, mientras a los inmigrantes y refugiados se les niega un futuro cerrándoles las puertas o abandonándoles a terribles travesías, también se le negará a Italia, condenada a ser una tierra de ancianos con una economía en declive. Y esto se hará evidente muy pronto.

Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant’Egidio

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