Treinta años de paz en Mozambique demuestran que es posible construir y preservar la paz
El 4 de octubre de 1992, en Roma, Joaquim Chissano, presidente mozambiqueño y secretario del Frelimo, y Afonso Dhlakama, líder de Renamo, firmaron un Acuerdo general de paz que puso fin a 16 años de guerra civil, con un millón de muertos y más de cuatro millones de refugiados.
La firma fue el sello de un largo proceso de negociación que tuvo lugar en la sede de la Comunidad de Sant’Egidio. En el antiguo monasterio de Trastevere Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad, Matteo Zuppi, hoy cardenal y arzobispo de Bolonia, Jaime Gonçalves, arzobispo de Beira, fallecido en 2016, junto con Mario Raffaelli, representante del gobierno italiano, habían tejido pacientemente un diálogo con los beligerantes durante más de dos años, un diálogo que empezó el 10 de julio de 1990.
El entonces secretario general de la ONU, Boutros-Ghali, habló de una «fórmula italiana» para describir la «actividad pacificadora» de la Comunidad, «única en su género» porque está formada por «técnicas caracterizadas por la confidencialidad y la informalidad».
El día en que se selló la paz hubo alegría porque ya no había bandos, sino hermanos que pese a sus diferencias, se comprometían a reconstruir su país. El pueblo celebró y bailó en las calles de Maputo, como también lo hicieron espontáneamente en la Basílica de Santa María de Trastevere en Roma, con un emocionado Jaime Gonçalves, arzobispo de Beira quien propició el inicio de las negociaciones de paz y ese día veía con alegría que empezaba un nuevo capítulo en la historia de su país.
La paz trajo un tiempo nuevo y mejor para Mozambique, que ha significado ante todo un desarrollo económico y social, un camino que a pesar de no ser simple y lineal, ha sido una historia de éxito, que demuestra que un Estado puede dejar atrás el gigantesco sufrimiento de una guerra civil para hacer frente a desafíos siempre complejos, pero en gran medida manejables en un contexto de paz: la economía, el bienestar de sus habitantes y las relaciones internacionales en el mundo globalizado.
Sant’Egidio, que hoy cuenta en aquel país con miles de personas de todas las edades, ha estado al lado de Mozambique en los últimos años para ganar, después de la guerra, también la paz. Una generación que no vivió el conflicto creció en las Escuelas de Paz que la Comunidad abrió en docenas de ciudades y pueblos. Un vasto movimiento de Jóvenes por la Paz también se difundió por escuelas y universidades, propagando una cultura de solidaridad y gratitud, premisas para una sociedad pluralista y pacífica, y trabajando concretamente a favor de los niños de la calle, los ancianos –víctimas muhcas veces de prejuicios y del aislamiento social– y de otros sectores desfavorecidos de la sociedad.