Una muerte que habla de resurrección: Recuerdo de Ángel

El pasado 16 de septiembre, nos dejó Ángel Gutiérrez, gran amigo de la Comunidad de Sant’Egidio en Madrid. Su vida ha sido un gran regalo para quienes le conocimos y a la vez un testimonio de resurrección, tal y como nos recordaba la responsable de la Comunidad de Sant’Egidio, Tíscar Espigares durante la Oración en su recuerdo, en la que dimos gracias por su vida y por el tiempo que estuvo con nosotros.

A continuación reproducimos la emotiva reflexión de Tíscar a la luz del Evangelio de San Juan (11,1-45) sobre la resurrección de Lázaro.

Queridos hermanos,

Acabamos de escuchar el pasaje del Evangelio de la resurrección de Lázaro. Lázaro era amigo de Jesús, como sus hermanas Marta y María. Los tres hermanos vivían en Betania, muy cerca de Jerusalén, donde pocos días antes habían querido apedrear a Jesús. Por eso Jesús y los discípulos se habían retirado a otro lugar, a la otra orilla del Jordán. Sin embargo, van a avisar a Jesús de que su amigo Lázaro había caído enfermo: «Señor, el que tú amas está enfermo». Dice el Evangelio que se quedaron dos días más donde estaban y al tercero Jesús les dijo: «Vamos otra vez a Judea». Los discípulos no entienden que Jesús quiera ir allí, es peligroso, corre el riesgo de que le detengan…, pero es que para Jesús la amistad es una dimensión profunda de la vida. Jesús da la vida por sus amigos, lo hizo desde el primer momento, no sólo en la cruz. Jesús nos enseña que vivir para los demás significa reconocer que en la vida hay algo que cuenta más que nosotros, significa reconocer que hay algo que vale más que nuestra vida. Para Jesús, la vida de su amigo Lázaro vale tanto que arriesga su propia vida.

Cuando llegaron a Betania, Lázaro había muerto hacía cuatro días. Las primeras palabras que tanto Marta como María dirigieron a Jesús fueron estas: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano». «… si hubieras estado aquí…». Es como un reproche, ¡cuántas veces en la vida también nosotros hemos sentido rabia por lo que nos parece un “retraso” de Dios, que no viene en nuestro auxilio cuando queremos o en la forma en que queremos! Pero Jesús no ha venido para modificar los ritmos de la vida, no ha venido para retrasar indefinidamente el momento de la muerte, no ha venido para eliminar el momento de la muerte, cuyo misterio inquietante permanece. Él ha venido para darle un nuevo sentido a la muerte y a la vida. Ha venido para la resurrección, ha venido para que llenemos nuestra vida con lo que dura incluso después de la muerte, con aquello que resiste incluso la última frontera.

Jesús se echó a llorar” dice el Evangelio, que no nos esconde las lágrimas de Jesús ante su amigo muerto. De hecho, este es un pasaje lleno de lágrimas: las lágrimas de Jesús se mezclan con las de Marta y María y con las de los judíos que las acompañaban. Las lágrimas son una expresión de rabia, de rebelión ante la muerte. Todos hemos experimentado alguna vez el dolor humano que se siente al perder a un ser querido. Es el dolor que hemos sentido anteayer ante la muerte de nuestro amigo Ángel.

La vida de Ángel ha sido un regalo para nuestra Comunidad, le conocimos en la calle hace más 20 años, cuando él atravesaba un momento muy difícil de su vida. Le ayudamos, nos hicimos amigos. Ángel superó su problema y empezó a ayudar a otros. Los últimos años de su vida ha sido feliz, recuperó la relación con su familia y encontró en nosotros una familia muy grande. Le recordamos con su sonrisa tímida, siempre disponible, siempre servicial, amigo de muchos, me impresionó la cantidad de personas que fueron a darle el último adiós al tanatorio.

Sin embargo, a pesar del dolor por la pérdida, la muerte de Ángel tiene sabor a resurrección, porque, de alguna manera, él ya había experimentado la resurrección en su vida. Hubo un momento en su vida en que perdió la esperanza, pero la amistad de la Comunidad fue para él como la voz del Señor que le llamaba: “Lázaro, sal afuera”, “Ángel, sal afuera”; fue como un rayo de sol que le ayudó a levantarse y a vivir de nuevo. Sí, queridos amigos, la resurrección no es algo que ocurrirá una vez que hayamos muerto. Estamos llamados a experimentar la resurrección en esta vida, debemos llenar nuestra vida de resurrección, como hizo Ángel.

«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» dijo Jesús a Marta, y esta tarde nos lo dice también a nosotros.

Lázaro, se hizo testigo de la resurrección, no porque ya no encontraría la muerte, sino porque su nombre está escrito en el Evangelio. Los nombres de Marta, María, Lázaro y de todos los discípulos están escritos en el Libro de la vida, en ese gran libro de amor de Dios que no olvida a nadie, que no deja caer nada de nuestra existencia. Por eso, nuestra tarea como discípulos es vivir como Jesús: una vida llena de amistad, llena de amor por todos, aunque también haya momentos en que las lágrimas inunden nuestro rostro. Vivir es amar, es luchar, es caerse y volverse a levantar.

Esta tarde damos gracias a Dios por la vida de Ángel, porque nos enseña que la vida de un hombre puede cambiar, que no hay situación perdida por completo, que el amor hace milagros. El Señor mira con amor la vida de todos los hombres y las mujeres, y esta mirada suya es el inicio de la vida eterna. Porque la vida eterna no empieza después de la muerte, empieza aquí cada vez que somos capaces de amar a los demás. El amor es lo que da eternidad a nuestras vidas.

No somos grandes personas, pero sabemos que Dios se acuerda de todos nosotros, y sigue mirándonos y llamándonos por nuestro nombre para que podamos dirigirnos a él con la confianza de hijos que saben que son escuchados y no olvidados por un Padre bueno que no abandona.

Confiados en que él escucha nuestra oración, le pedimos por el alma de nuestro amigo Ángel que siempre seguirá vivo en nuestro corazón, porque el amor reviste de eternidad nuestra vida.

Que así sea.

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